Se dice que nuestra personalidad interior tiene dos lados bien diferenciados que, cuando están en armonía, todo marcha de maravillas, pero cuando se desconectan aparecen los reclamos de ese niño interno sediento de afecto y demandando la atención que el adulto no siempre está dispuesto a darle.

Nuestro niño interior es quien siente y vivencia las experiencias ya que es comandado por nuestro hemisferio cerebral derecho mientras que el adulto razona, calcula y en base a eso actúa, desde el hemisferio izquierdo…

A nuestro adulto le cuesta conectarse con su niño porque este pequeño lo avergüenza con su autenticidad y frecuente desborde emocional… El adulto esconde a su lado infantil en lo más profundo de si mismo porque además lo conecta con todos los recuerdos que hay en su corazón, con sus emociones, con sus sueños y sobre esta parte no tiene control y vivimos la quimera de querer controlarlo todo.

El niño vive, disfruta, está siempre dispuesto a entregarse a la aventura de una nueva experiencia, mientras que el adulto es cauteloso, mide cada paso a dar y no se atreve a correr un riesgo. Son en verdad dos partes nuestras bastante opuestas que hay que saber asociar para que podamos vivir en equilibrio.

Bueno…
Todo lo anterior es para la gente normal porque en mi caso es todo al revés y es mi niña interna la que asumió el mando hace unos años y tiene a mi adulto apretujado en algún rincón del alma sin que éste pueda ver la luz… Es mi adulto quien avergüenza a mi niña con su diplomacia que es prima hermana de la mentira… No puedo decir algo que no siento, ni siquiera por quedar bien… Mi niña interna tiene tanto carácter que hasta creo que asesinó a mi ego y me da lo mismo quedar mal con esa gente que vive preocupada de las formas… Mi niña vive desde el fondo y tan intensamente que sus emociones la agotan.

Hace muchos años, cuando realicé por primera vez el trabajo para conciliar estas dos partes de mi personalidad, le dije al psicólogo, mitad en broma, mitad en serio: Vamos en busca del adulto interior porque acá es mi niña la que manda… Y al terminar la sesión me dijo él: Tenías razón. Acá es la niña la que manda… Yo pensé que también bromeaba pero según pasan los años me voy dando cuenta de que es muy cierto.

Actuando desde mi niña hago solo lo que me gusta y por eso he trabajado en lugares donde he tenido muy poca retribución económica pero me he sentido contenta. Detesto a aquellos que siempre están viendo lo que les conviene y solo se relacionan en base a eso. Lo mismo me pasa con las personas, si me siento a gusto con ellas estoy y si no arranco a 80 mil por hora… Me gusta la gente que sea niño también, que tengan siempre proyectos “para cuando sean grandes” que vivan con pasión…Pasión por la vida, pasión por el arte…

Personas llena de esperanzas de un mañana feliz… Gente optimista y capaz de reírse de todo, incluso de si mismos… Eso es muy importante, hay que ser lúdicos para tomar la vida y la gente grave no tiene cabida en mi mundo…

No estoy diciendo que esta sea “la manera correcta” de vivir, pero es que simplemente no podría vivir de otra forma. He pagado caro ser así, pero insisto: No podría ser de otra manera porque siento que me traiciono. Fluyo, fluyo… y eso trae consecuencias… La vida no es como pintar un cuadro, en donde siempre puedes corregir algo mientras la pintura está húmeda…

Lo bueno es que siento que tengo la edad de la niña que habita en mí y no me identifico con la edad de mi cuerpo… Todavía voy corriendo detrás de mis sueños y confío en que los alcanzaré.
Sé que tengo que despertar a ese adulto que hay dentro de mí porque ahora lo necesito y mucho porque estoy teniendo responsabilidades de esas que solo un adulto puede tomar y mi niña se estresa…Estoy trabajando en reconciliarme con mi adulto interno para así poder curarnos…

Adulto interno mío despiértate… ¡Plizz!!