Todo lado oscuro, al fin y al cabo, hija de la luz y solo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, solo este ha vivido de verdad.

Stefan Zweig (1940)

Jung denominó sombra a aquellos rasgos o características psicológicas que están ocultos, que han sido suprimidos o rechazados, a los contenidos inconscientes que aún no han visto la luz. La sombra está formada por todos aquellos aspectos, emociones y conductas que uno cree inaceptables y por eso rechaza, como la rabia, los celos, la mentira y la vergüenza.

También pertenecen a la sombra el orgullo, la lujuria, la gula y las tendencias agresivas, actitudes que con facilidad proyectamos y reconocemos en los demás.

Podemos reconocer nuestra sombra cuando reaccionamos de manera exagerada y desproporcionada ante las actitudes, defectos y acciones de quienes nos rodean.

Todos esos rasgos y características de los demás que nos molestan y nos afectan provocando una reacción exagerada de rechazo, desprecio o animadversión, como la vanidad, el egoísmo, la avaricia, la pereza o la grosería pertenecen a nuestra sombra.

Para iluminar ese potencial que se halla en la oscuridad es imprescindible en primer lugar reconocerlo. Trabajar con la sombra implica aceptar la agresividad, ansias de poder, envidia y arrogancia que hay en nosotros. Aceptar no significa vivir la sombra sino simplemente reconocer la imagen que he construido de mí.

Todos estos contenidos han de ser reconocidos, aceptados e integrados porque mientras estén ocultos actúan en nuestra contra. La sombra puede llegar a ser una amiga generosa si la acogemos, pero una enemiga peligrosa cuando la ignoramos y no la tenemos en cuenta.

El trabajo con la sombra supone acceder a nuestro potencial inconsciente. Cuando integramos la sombra conectamos con nuestras capacidades ocultas, aumentamos el conocimiento de nosotros mismos, nos liberamos de la culpa y la vergüenza, y nos aceptamos de una manera más completa. Al incorporar la sombra podemos dar cauce de una forma más cura a nuestras reacciones y sentimientos, somos capaces de reconocer nuestras proyecciones y relacionarnos de un modo más sano y sincero con los demás.

Aceptar nuestra sombra, liberarnos de su dominio y reconciliarnos con ella forma parte del camino de individuación, de la integración del Sí mismo auténtico. Cuanto más rígidamente estemos identificados con nuestro ego, cuanto más cristalizada se halle nuestra personalidad, más sombra arrojaremos, más dificultades tendremos para reconocerla y más amenazados nos sentiremos por ella.

Algunas personas tienden a culpabilizar a los demás de cuanto les sucede, mienten y se engañan a sí mismas porque no les gusta reconocer sus debilidades. Como no quieren asumir su sombra, la proyectan al exterior y la ven reflejada en los demás. Les cuesta aceptar sus errores y tomar conciencia real de sí mismas, por lo que resultan personas difíciles en las relaciones.

Sin embargo, nada hay de malo en reconocer que somos humanos, y que en todos nosotros existen en mayor o menor medida las cualidades y defectos propios del ser humano. Es más, como señaló Oscar Wilde: “No es lo perfecto, sino lo imperfecto lo que precisa de nuestro amor”.

Jung afirmó que la sombra contenía un noventa por ciento de oro puro, lo que evidentemente supone tener reprimida una gran cantidad de energía y potencial positivo. Recogiendo la idea del proceso de alquimia de Paracelso, Jung realiza un paralelismo para explicar el proceso de individuación en el que la mezcla, depuración y transformación de los contenidos inconscientes posibilitan la realización de nuestro máximo potencial.

El hecho de querer afrontar e integrar nuestra sombra nos obliga a reconocer la totalidad de nuestro ser, que contiene el bien y el mal, lo racional y lo emocional, lo masculino y lo femenino, lo consciente y lo inconsciente. El proceso de llegar a ser personas completas y únicas requiere abrazar la luz y la oscuridad al mismo tiempo, albergar e integrar las polaridades que conforman la vida. La armonía interior se halla en nuestras manos y pasa por esta reconciliación.

Completando e integrando los opuestos complementarios encontraremos el camino hacia la paz y el placer. Esto implica trascender dualidades, vivir en la paradoja para que pueda emerger algo nuevo, componer una tras otra nuevas síntesis que nos lleven a alcanzar la totalidad.

La aceptación e integración de la sombra pone de manifiesto nuestro amor por nosotros mismos. Amar nuestras partes vulnerables, feas o desagradables: la falsedad, la indiferencia al dolor propio o ajeno, la destructividad. Por eso no es tarea fácil amarse de verdad, porque supone aceptar nuestras mezquindades y nuestro sentimiento de inferioridad o inadecuación.

El trabajo pasa por tomar conciencia una y otra vez de lo que no nos gusta, acogerlo y decir: “sí, esto también”, para descubrir que lo peor de nosotros mismos sirve de abono y fertilizante para seguir creciendo.

Una gran parte de nuestras dificultades se manifiesta en las relaciones, al oponerse o rechazar aspectos del otro que no aceptamos en nosotros. Aquello que no conseguimos amar nos genera conflicto y sufrimiento. Todo rechazo es una falta de amor. La cura es amar, apreciar y respetar lo que rechazamos, abrazarlo y darle un lugar en nuestro corazón.

Tal vez entonces descubramos, como hizo el propio Rilke, que:

Quizás los dragones que amenazan nuestra vida
no sean sino princesas anhelantes
que sólo aguardan
un indicio de nuestra apostura y valentía.

Quizás en lo más hondo
lo que más terrible nos parece
sólo ansía de nuestro amor.

Sabemos que no podemos cambiar a los demás pero sí a nosotros mismos. Cuando nos reconciliamos con nuestros enemigos internos, cuando aceptamos esas partes rechazadas la relación con los enemigos externos se transforma.

El trabajo con la sombra es una tarea consciente y voluntaria de asumir lo que habíamos estado pasando por alto o reprimiendo, de incorporar aquellos aspectos desagradables o destructivos.

Un recurso eficaz para iluminar la sombra es aplicarse el dicho: “el efecto, no el defecto”, es decir, lo que a mí me produce el defecto del otro. Cuando reaccionamos de una manera exagerada en contra de algo o nos mantenemos en una actitud crítica e inflexible, podemos pensar que nos encontramos en territorio de la sombra.

Todos tenemos puntos ciegos, tendencias que nos negamos a admitir como propias, rasgos que rechazamos y que proyectamos en los demás muchas veces con vehemencia. El abismo entre quienes somos y quienes creemos ser puede salvarse a través de un proceso terapéutico. Ser auténtico es aceptarse como se es, no como imagina o pretende ser. El trabajo con la sombra es especialmente importante para acceder a las capas más profundas de nuestro ser.

Acoger la sombra puede ayudarnos no sólo a parecer bueno, sino a ser de verdad más compasivos con las debilidades humanas, las propias y ajenas, a ablandar la coraza y abrir nuestro corazón a los demás.

ASCENSIÓN BELART