El wabi-sabi, como una herramienta de contemplación y una filosofía de vida, podría tener una inesperada relevancia como antídoto a los problemas sociales.
El wabi-sabi es un término tan amplio que a menudo es difícil de entender. Pero esa ambigüedad semántica es parte de su significado, que tiene mucho qué ver con lo imperfecto, lo impermanente y lo incompleto. Con la belleza estética de las cosas modestas y humildes, con la belleza de lo no convencional. Entender, o acaso intuir el significado de este término japonés nos entrega de regreso una inestimable capacidad: la de apreciar el otro lado del mundo, aquel que por no ser inmediatamente vistoso excluimos de nuestra percepción estética. Al tener en cuenta el wabi-sabi podemos cambiar nuestra relación con los objetos y aun con los accidentes que nos ocurren en el día a día.
El término está compuesto de dos palabras. La primera, wabi, significa el tipo de belleza aparentemente paradójica causada por la imperfección de algo, como el maravilloso ejemplo del kintsugi: el arte de reparar fracturas con resina de oro para embellecer las cicatrices. La segunda, sabi, refiere al tipo de belleza que sólo puede venir con la edad, así como el óxido en una estatua antigua de bronce. Estas dos palabras se reúnen para expresar un principio estético –y desde luego una metáfora– muy particular. Este pasaje de Andrew Juniper lo resume bien:
El término wabi-sabi sugiere tales cualidades como la impermanencia, humildad, asimetría e imperfección. Estos principios subyacentes son diametralmente opuestos a sus contrapartes occidentales, cuyos valores están basados en el punto de vista helénico que valora la permanencia, la grandiosidad, la simetría y la perfección.
El wabi-sabi es una apreciación intuitiva de belleza trascendente en el mundo físico, que refleja el flujo irreversible de la vida en el mundo espiritual. Es una belleza comedida que existe en lo modesto, rústico, imperfecto o incluso lo decaído, una sensibilidad estética que encuentra una belleza melancólica en la impermanencia de las cosas.
Quizá precisamente porque el término sugiere la contraparte de nuestra idea de la belleza, el wabi-sabi sea tan importante de este lado del mundo. Necesitamos perdonar el accidente y la anomalía, porque, primero que nada, de eso estamos hechos. Estamos hechos de finitud y de asimetrías.
Por supuesto, los principios estéticos permanecen como abstracciones si no los vemos aplicados al arte o a la vida misma. Al principio del texto mostramos algunas piezas realizadas con base en el wabi-sabi, pero los principios de la simplicidad, las fuentes orgánicas y la armonía con la naturaleza tienen aplicaciones prácticas para una filosofía de vida. Como Juniper concluye:
El wabi-sabi, como una herramienta de contemplación y una filosofía de vida, podría tener ahora una inesperada relevancia como antídoto al deshilachamiento rampante de la tela social que nos ha sostenido por tanto tiempo. Sus principios de modestia y simplicidad incitan a una unidad disciplinada mientras disuaden la sobreindulgencia en el mundo físico. Suavemente promueve una vida de contemplación silenciosa y un principio estético gentil que subraya un acercamiento meditativo.
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