Las relaciones, de todo tipo, familiares, amistosas o amorosas no son simples. Puede ocurrir que  una persona domine a la otra o que una siempre ceda a las presiones de los demás. Para tener una relación cura hay que saber establecer limites: aprender a decir que no y hacer lo que uno quiera y crea correcto.

Hay relaciones que nos vienen “impuestas” como son las familiares y otras en las que incursionamos por decisiones que vamos tomando en nuestras vidas. Lo importante es que bien sean impuestas o debido a las decisiones o circunstancias, hay tener en cuenta que estamos en el derecho de manejarnos asertivamente en lo que se refiere a los límites, que tácita o claramente definidos hemos de poner en cada una de nuestras relaciones, en aras de hacerlas funcionales, agradables y beneficiosas.

En las relaciones nos movemos, al igual que en la comunicación, dentro de una polaridad que tiene por un lado un comportamiento pasivo, donde la persona permite cosas que no quiere permitir, acepta de otros insultos, imposiciones, reglas; no dice lo que quiere decir y no es capaz de hacer valer su posición o punto de vista ante cualquier situación. En el otro polo está el comportamiento agresivo donde la persona, si bien no permite el abuso del otro, actúa con agresividad, la persona antepone y defiende sus derechos de una manera ofensiva, deshonesta y/o manipulativa, pasando por encima de los derechos de los demás.

Trata de imponer su punto de vista a través de la dominación, utilizando técnicas de degradación, humillación, manipulación, etc.

Es lógico suponer, que en ambos extremos a la larga las consecuencias suelen ser negativas, por un lado termino cargándome de resentimientos y sentimientos de minusvalía, al permitir que los otros abusen de mí, mientras que por el otro, termino siendo rechazado de tantas tensiones que mi comportamiento va generando en las relaciones.

En el punto intermedio de esta polaridad está la llamada asertividad, que no es otra cosa que el comportamiento que nos permite hacer valer y defender nuestros derechos, sin violar o alterar los derechos de los demás.

Y esto último es muy importante tenerlo claro, dado que muchas veces un comportamiento asertivo puede generar molestia en el otro, si éste ha estado acostumbrado a una actitud pasiva ante sus demandas, pero al actuar y pensar asertivamente no nos hacemos responsables de su molestia, por lo tanto será su problema y responsabilidad manejar su molestia. También hay que tener claro que, saltar del polo pasivo al polo agresivo, aunque sea por cansancio y explosión ante el abuso exagerado, nos pondría en la misma situación que hemos estado rechazando ante los demás.

Es muy común escuchar en algunas personas que aceptan pasivamente los abusos de otros que lo que sucede es que “él, ella o ellos, son unos manipuladores”. Lo cual generalmente es cierto, pero igualmente cierto es que no es posible manipular a quien no se deja manipular. Y aquí vale la pena hacer una distinción.

Una de las herramientas o habilidades que desarrollamos muy bien desde pequeños es el arte de la manipulación, que sencillamente utilizamos las personas para obtener un beneficio o mantener uno que ya poseemos. De manera que todos manipulamos o hemos manipulado a alguien en alguna oportunidad, bien sea porque era la mejor herramienta que teníamos en el momento o por costumbre o hasta de manera inconsciente.

Cuando hablamos de manipulación en las relaciones, generalmente y desde mi juicio, ésta será mucho más efectiva cuando quien manipula logra que la otra persona sienta culpa o miedo de lo que pueda suceder si no actúa en consonancia con las demandas del manipulador. Algunos se valen del vínculo afectivo para la satisfacción de sus propias necesidades, sin tener en cuenta las de los otros.

Entonces el niño manifiesta que no es querido, el adolescente amenaza y actúa asumiendo riesgos exagerados, la pareja manifestará que no se siente atendida, la madre se quejará del abandono de sus hijos, etc. y el manipulado actuará evitando la culpa, huyendo del miedo, pero jugando por su parte a ser la victima, que sin querer o queriendo, consciente o inconscientemente, se traduce también en una manipulación.

Asumir el riesgo y enfrentar el miedo es una manera responsable de evadir la manipulación. De igual manera aceptar que poner límites No es hacer daño a los demás, entonces cualquier cosa que le suceda al otro, más específicamente hablando de adultos, independientemente del vínculo, no puede ser nuestra responsabilidad y por ende no tiene lógica asumir la culpa de lo que pueda ocurrir.

Es necesario hacer una revisión de nuestras creencias, principios y valores, para prepararnos de una mejor manera a la hora de establecer los límites. Ya que muchas de las cosas que aceptamos, vienen aprendidas con creencias adquiridas desde nuestra infancia y que no vamos a cambiar a menos que empecemos a cuestionarlas.

Por ejemplo, es común el abuso de adolescentes e hijos adultos que aun viven en la casa materna y tratan a la madre como su esclava y ésta se queja pero hace manifestaciones como “¿y qué puedo hacer? para eso estamos las madres” o “una madre siempre debe ser tolerante con sus hijos” o “hay que ser madre para entender eso”. Si bien es cierto que el amor de madre es el único que para muchos ha sido catalogado como “amor incondicional”, también es cierto que aceptar y tolerar lo “inaceptable” no es un sinónimo de amor.

Otro ejemplo también muy común es el abuso de la madre hacia el hijo o hija, cuyas exigencias van mucho más allá de lo que normalmente él o ella puede dar sin que se vea afectada su autonomía como ser adulto, su derecho a crecer como persona, a vivir en pareja, a tener una familia, etc. Y escuchamos a este hijo o hija lamentándose pero afirmando “es que por encima de todo primero está la madre” o “la hija hembra debe servir a la madre”.

Pero, aunque suene duro para quien defiende este tipo de creencias, la verdad es que todo apoyo ha de hacerse sin descuidar los derechos propios. Por ende se han de reemplazar las creencias por otras como por ejemplo “apoyar a mi madre no significa ser su esclavo”, en lugar de quejarse después y hacer responsable a la madre, por ejemplo, de su fracaso matrimonial o de su incapacidad para establecerse en una vida de pareja.

Por otro lado, está el miedo a lo que tememos que pudiera ocurrir si decidimos tomar acción y poner el alto a lo que venimos tolerando. Aquí surge el sentimiento de culpa, sobre todo cuando se trata de situaciones familiares y más específicamente con los padres o hermanos.

O este miedo es aún más acentuado cuando se trata de poner límites a la pareja, por la creencia de que podamos estar peor si se llega a romper la relación, o con los hijos, por el temor que les pueda pasar algo malo por su falta de madurez. En todo caso, siempre vale la pregunta repetida tantas veces como sea posible ¿Qué pasaría sí…?, para llegar al temor más grande y descubrir que lo peor que podría pasar suele ser exagerado y bastante improbable.

A la hora de establecer los límites es importante que queden bien claros para las partes, así como lo que estaremos dispuestos a hacer si éstos son desbordados. Por supuesto que en toda relación estamos ante una o más personas que tiene sus propias creencias, actitudes y estilo, y que no podemos pretender que todo sea en base a un ideal. Lo que si es importante es precisar lo “inaceptable” en relación al proyecto de vida de cada quien.

Como ya fue expuesto, poner límites no tiene nada que ver con la agresividad, sino con hacernos respetar asertivamente. Se trata de ser sinceros cuando se pide que se nos respete.
Toda relación por íntima que sea tiene que tener límites o parámetros. Para poder establecer relaciones que nos sean satisfactorias y para poder arreglar las conflictivas es necesario examinar nuestros límites. La gente llega a abusar de nosotros hasta donde nosotros mismos les damos permiso.

De manera que será necesario hacer una reflexión y precisar todas aquellas cosas que estamos permitiendo de los otros que nos gustaría cambiar, o al menos que no estamos dispuestos a seguir aceptando. Y eso puede hacerse independientemente del tipo de relación en que estemos involucrados.

-Vivir en pareja no significa que hay que perder u olvidarse de los proyectos personales, hobbies, amistades o familiares, siempre que éstos no choquen con los objetivos y el proyecto común de la relación. Tampoco significa que uno de los dos tenga, por imposición del otro, que hacerse cargo de algo que no quiere hacer o no ha sido acordado por ambos.

-Ser madre o padre no nos da el derecho de abusar o coartar la libertad de nuestros hijos, pero tampoco lo tienen ellos de abusar de nosotros o coartar nuestra libertad. Por mucho amor que se pueda tener hacia un padre y por supuesto aún mayor hacia un hijo, siempre será necesario aclarar y poner los límites.

– En un contexto laboral, aceptar maltratos o humillaciones de un superior no nos garantiza que permaneceremos en el empleo, sin embargo sí garantiza que el maltrato y abuso se harán más fuertes. Por ende, bien vale la pena actuar asertivamente para hacer vales nuestros derechos, porque aunque siempre exista el riesgo de ser despedidos, más posibilidades hay de que seamos respetados y tratados como justamente nos merecemos.

Recordemos que siempre seremos responsables de las cosas que permitimos a los demás. Por lo tanto depende de cada uno de nosotros generar los cambios en lugar de quedarnos en el lamento esperando que los otros cambien. Por supuesto es cierto que muchas veces, aunque nos demos cuenta y estemos conscientes del abuso, no contamos o creemos no contar con las herramientas para salir de la situación agobiante, en cuyo caso siempre estará la alternativa de buscar la ayuda terapéutica.

No es necesario llegar a situaciones críticas o extremas para decir “ya basta” o aprender a decir NO. Simplemente se trata de buscar un adecuado equilibrio en todas y cada una de nuestras relaciones.

G. Velásquez