Haz lo que puedas con lo que tengas, donde estes

Desde pequeños aprendemos a culpar a los demás para no sentirnos mal o a culparnos a nosotros mismos, de casi todo lo que sucede.
Esta actitud está relacionada con la educación que recibimos y a la influencia de la cultura en la que vivimos.
De pequeños escuchamos mensajes que influyen en nosotros a lo largo de toda la vida.

Mensajes como:
«Si no eres «bueno» nadie te va a querer.
«Por tu culpa me siento…»

Así adquirimos una escala de valores que califica las cosas y lo que hacemos como buenas o malas y nos califica a nosotros como personas.

Esa escala de valores rige nuestra vida de adultos y se refleja en lo que creemos que debe de ser nuestro comportamient
Nos muestra nuestro yo ideal.

Si hacemos las buenas, nos consideramos como buenos.
Si hacemos las malas, nos consideramos así y buscamos un culpable.

Cuando hacemos algo malo, alejado de lo que nosotros o la gente piensa que debería de ser, nos sentimos culpables.
El problema no es la culpa, sino lo que hacemos con ella.
Cuando actuamos mal, es importante reconocerlo para corregir o para no volver a cometer el mismo error.

Reconocer que nuestra conducta fue inadecuada o mala.
Nuestra conducta, no nosotros.
No podemos calificarnos por lo que hacemos, porque hacemos muchísimas cosas, a veces bien, a veces mal y otras regular.

Y lo que hacemos mal, no siempre lo hacemos por maldad.
Puede ser por desconocimiento, por no analizar adecuadamente una situación, por dejarnos llevar por nuestras emociones, por error, etc.

La culpa es buena cuando nos sirve para analizar nuestro comportamiento.
No a nosotros como personas.
Si nos quedamos atrapados en juzgarnos como personas, nos quedamos atrapados en la culpa.

La culpa la mantenemos con autorreproches y autoacusaciones.
Cuando nos sentimos culpables lo importante es:
Reconocer mi conducta.

Aceptar las consecuencias que provocó.
Analizar el motivo de mi actuación.

Corregir si es posible o pedir una disculpa.
Aprender para no volver a cometer el mismo error.

Actuar así se llama responsabilidad y es sinónimo de crecimiento emocional y psicológico, de madurez.