Voy a comenzar esta reflexión sin amargura, pidiéndoles a los lectores que hagan un ejercicio de imaginación conmigo. Respiren profundo y cierren los ojos. Traigan a la mente la persona a la que más aman en el mundo y en la que más confían.

Ahora piensen en algo que es muy importante para ustedes: puede ser un objeto, un proyecto, un símbolo de un logro o algo por el estilo. Ahora imaginen que se están despertando después de una gran fiesta, en la que la pasaron súper bien.

Véanse caminando a la cocina y allí se encuentran al ser amado. Y ahora imaginen que esa persona les confiesa que tomó ese algo importante para ustedes y lo arrojó a la basura, por ninguna Buena razón aparente, solo porque le provocó hacerlo. Sean sinceros, ¿Cuál es la primera emoción que les embarga?

Aunque no suelo hacerlo, apostaría que es una mezcla de rabia, dolor y confusión. No me extrañaría si se les aguara los ojos o se les hinchara la yugular, particularmente cuando le preguntan a la persona, una y otra vez el porque le hicieron y la única respuesta es “porque sí.”

De repente, en medio de esa marejada de sentimientos, se dan cuenta que están siendo filmados con un celular. Quizás no los concienticen en el momento, pero al poco tiempo descubren que todo era una broma, que sus emocionen fueron puestas en YouTube para que la desconocidos se rieran de su dolor y frustración, solo porque el presentador de un programa de entrevistas le pidió a sus seguidores que le amargaran la mañana a un ser querido.

Ahora imaginen que esto les pasó a ustedes a la tierna edad de tres, cuatro, cinco, seis, siete años y los que le hicieron la pesada broma fueron sus padres. ¿Creen en verdad que esto no va a tener una consecuencia emocional?

Este Halloween, como en el pasado, un presentador norteamericano les ha pedido a padres en Estados Unidos que les escondan los caramelos a los niños cuando estos se vayan a la cama y que, al día siguiente, digan que ellos se los comieron.

La finalidad de esto es filmar los rostros de consternación de los pequeños al recibir la noticia y su posterior expresión de dolor a través de lágrimas, gritos y pataletas. Todo para que las imágenes sean pasada por televisión y toda la nación se burle de los niños.

Algunos han querido ven en esto una manera de mostrar a los chicos cuan malcriados son. Pero tomando en cuenta que los perpetradores de la broma y posterior cineastas son los padres que están criando a esos chicos, la cuestión parece doblemente cruel.

Porque si un chico es malcriado es porque los padres o la han criado así, o le han permitido las malacrianzas. Es un poco como el síndrome de Frankenstein: el monstruo rechazado por el científico que lo creo en primer lugar.

Y aunque quisiera dármelas de comprensiva y aceptar, hasta cierto grado, que toda la experiencia es para que los chicos se observen en sus momentos de pataleta y cambien, el punto educativo acaba en el momento en que expones a tus hijos al escarnio y burla de terceros.

En estos momentos estoy haciendo unos cursos de hipnoterapia, coaching y programación neurolingüística y estoy aprendiendo el poder que tiene el subconsciente. La ciencia y la espiritualidad se están poniendo de acuerdo en la idea de que, la manera en que percibimos al mundo está dirigida, en gran medida, por las experiencias de los primeros años de nuestras vidas, estemos conscientes de ello o no.

Nuestras creencias sobre el mundo, la sociedad, nosotros mismos; nuestros prejuicios y valores; nuestra resiliencia, fortaleza interna, optimismo o inclinación a la negatividad, a la desconfianza, el sarcasmo, todo es sembrando en nuestro subconscientes en la niñez y al crecer, de manera inconsciente, usamos esto como referencia para juzgar y reaccionar a lo que nos rodea.

En principio, todos nacemos inocentes, positivos y confiados. Sabemos que valemos la pena, que tenemos una grandeza inherente y que merecemos ser tratados con amor y respeto. Luego la vida nos da sus tanganazos y comenzamos a temer, a retraernos, ser “vivos”, a protegernos.

La manera en que somos guiados por los vericuetos del día a día determinará en gran medida si aprenderemos a ver el desafío como oportunidad para crecer y crear; a la oscuridad como la oportunidad de ver a las estrellas y los fracasos y adversarios como maestros disfrazados. Y nuestras primeras guías para lograr estos son nuestras figuras paternales.

Cierto, como padres humanos, siempre cometeremos errores, “sin querer queriendo”. Habrá días en que estemos cansados y no seremos tan cariñosos; días en que estemos frustrados y peguemos un grito; y días en que estaremos distraídos no notaremos un detalle.

Pero los padres conscientes notarán estas fallas y tratarán de corregirlas. Y los hijos conscientes comprenderán, tarde o temprano, que lo ocurrido no fue un acto de malicia, sino de amoroso error. Excepto, claro está, si el acto si es de malicia; si buscamos reducir a nuestros hijos para afianzar nuestro poder.

Creo que el Dr. Phil McGraw quien dijo que no estamos criando niños: estamos criando adultos en potencia. ¿Si no humillamos a propósito a nuestros colegas, empleados, jefes, socios, vecinos y miembros de la comunidad, porque habríamos de hacerlo con nuestro hijos? ¿Si buscamos ganar la confianza de los adultos que nos rodean, crearnos buena reputación con ellos, porque no habríamos de hacerlos con los seres vulnerables que tenemos a cargo? ¿Qué creen que aprendieron esos chicos el día después de Halloween?

Algunos dirán que aprendieron como aceptar una buena broma. Tal vez. Otros dirán que aprendieron a no dar pataletas so pena de terminar en YouTube. A lo mejor. Pero estos chicos, tan jóvenes e inocentes que perder caramelos de tercera categoría es una tragedia, aprendieron algo más.

Aprendieron que Mamá y Papá mienten. Aprendieron que a Mamá y Papá no les importa hacerlos llorar y sufrir a propósito. Aprendieron que Mamá y Papá los irrespetan tanto que no les importa poner sus sufrimiento en la internet para que desconocidos se burlaran de ellos. Aprendieron que no pueden confiar en Mamá y Papá. Y aprendieron que a la hora de decidir entre escuchar a la voz del Amor o a voz de una celebridad, optaron por la segunda, para lograr sus treinta segundos de fama.

Hay un famoso ejercicio que ha rodado por internet y que seguro mucho de ustedes lo han visto. Dice algo así: agarra un papel. Arrúgalo en una bola. Ahora alísalo. ¿Quedó igual? Claro que no. Eso mismo es lo que pasa cuando hieres los sentimientos de alguien.

Y eso fue exactamente lo que hicieron esos padres con el alma de sus hijos. Los chicos quizás olviden la broma (un poco difícil con esa especie de inmortalidad virtual que da hoy en día el internet.) Quizás le vean, tarde o temprano, lo divertido de la broma. Pero adentro, en ese lugar intimo donde las verdades quedan grabadas, una parte de su inocencia ha sido rota, para siempre y apropósito, por nada.

Respetemos a nuestros hijos. Si vamos a cometer errores (y lo haremos) que sean nacidos del amor y no del irrespeto. Ser padre es un privilegio; es un regalo; es una escuela; es tener bajo nuestra protección una parte de la Divinidad, en forma humana, a la cual amar incondicionalmente; y es recibir la confianza del Espíritu de que somos capaces de cultivar el jardín de un corazón de la manera más bella posible