Me duelen los huesos, parece que va a llover

Muchas veces hemos oído esta frase y te habla de la salud de tus huesos, si si… sigue leyendo… Desde que el tiempo es tiempo la sabiduría popular, que como su nombre indica es muy sabia, ha defendido que los cambios de tiempo y las condiciones climatológicas en general influyen en nuestra salud y en nuestro estado de ánimo.

Hay personas que son más sensibles que otras a percibir cuando va a cambiar el tiempo, principalmente si se trata de un cambio de presión atmosférica, de un aumento de los niveles de humedad o de la llegada de lluvias.

Tras debates sobre si se trata de realidad o mito popular ha podido comprobarse que el comportamiento humano depende en gran medida de la cantidad de luz natural que el organismo capta por día.

Esto se explica si se tiene en cuenta que la producción de serotonina, neurotransmisor del sistema nervioso central, está condicionada a la luz que recibimos.

De la cantidad de serotonina de la que dispongamos dependerá nuestra sensación de felicidad y de bienestar, puesto que la tan justamente llamada “hormona de la felicidad” y “hormona del humor” es la encargada de evitar que nos sintamos tristes, enfadados y desanimados, así como de que suframos una serie de síntomas más que pueden llevarnos a una depresión.

Sabiendo esto no resulta de extrañar que la falta de luz natural nos incline a un tono anímico y físico más bajo; en las estaciones menos soleadas, como otoño e invierno, en las que los días son más cortos, más grises y lluviosos, la cantidad de luz que recibimos es obviamente menor que en primavera y verano, por tanto lo es también la cantidad de serotonina que segregamos.

Así pues, podemos sentirnos más abatidos y cansados, de mal humor, con menos apetito, más angustiados, con poco deseo sexual y con alteraciones de sueño, entre otros inconvenientes, de forma inexplicable y sin causa aparente.

Sin embargo, hoy en día está ya tan demostrado que el clima influye en nuestro estado de ánimo que a esta alteración se le ha dado nombre y apellido y se la conoce como “trastorno afectivo estacional” (SAD).

Para las personas con artrosis, artritis o cicatrices mal curadas el frío que viene precedido por fuertes dolores y molestias en las articulaciones. Horas, o incluso días antes de una tormenta, un reumático puede sentir cómo esta se avecina en sus articulaciones.

La inflamación, rigidez articular o el dolor empeoran convirtiéndolos de esta desagradable manera en auténticos “barómetros humanos” que rara vez se equivocan.

Así lo confirma el doctor Stephen Makk, miembro de la Sociedad Americana de Cirugía Ortopédica, que bromea al respecto diciendo que “las cadenas de televisión deberían cambiar sus aparatos de predicción meteorológica por una sala llena de pacientes con artritis y preguntarles si va a nevar mañana”.

El doctor Makk no es el único que confirma la existencia de éste fenómeno. Timothy McAlindon, del Centro Médico Tufts-New England, realizó un estudio para el Col Americano de Reumatología en 205 pacientes con artrosis de rodilla y llegó a la conclusión de que existe una asociación sólida entre el clima y los dolores.

Ya en tiempos de los egipcios los curanderos se dieron cuenta de este fenómeno. Sin saber muy bien por qué notaban cómo los enfermos reumáticos mejoraban en lugares con buen clima y pocas variaciones de temperatura. Con Hipócrates, padre de la medicina, se establece una clara relación entre clima y salud y se fundan los principios de la Talasoterapia o tratamiento a través de los elementos físicos y climáticos del mar.

Hoy el avance de la medicina ha podido dar una explicación más concreta. En el aire existen unos iones llamados “Sferic” que todas las personas podemos percibir. Cuando se acerca el mal tiempo se produce una bajada de presión y un aumento de la humedad al mismo tiempo que se activan estos iones. La “predicción” se debe a que los iones viajan a la velocidad de la luz, por lo que los sentimos de uno a tres días antes de que llegue una tormenta.

Una de cada tres personas es “meteorosensible”, lo que quiere decir que nota con más fuerza la llegada de estos iones. Si ésa persona es un paciente reumático se incrementan sus síntomas.

La culpa de ello la tienen unas terminaciones nerviosas llamadas barorreceptores que recogen los cambios de presión y que todos tenemos en el extremo de los huesos que forman una articulación. Dentro de la articulación hay una especie de gel viscoso llamado líquido sinovial que protege del roce entre huesos y en condiciones normales se encuentra en presión negativa.

Cuando va a hacer mal tiempo la baja presión atmosférica hace que el líquido se expanda, lo que envía información a los barorreceptores y nuestro cerebro lo traduce como dolor.

Con la artrosis el cartílago que reviste el extremo óseo se ha desgastado y los receptores son más susceptibles. Por otra parte, el frío hace que el líquido sea menos viscoso y acorta los músculos y tendones de la zona, por lo que el rango de movimiento también disminuye.

Una de las opciones es la termoterapia. Dependiendo de la fase en la que se encuentre la persona podrá encontrar alivio a través de elementos como infrarrojos, diatermia, hielo o compresas de calor.

Las técnicas manuales como el masaje, y la digitopuntura alivian el dolor a la vez que ayudan a recuperar la movilidad.
Un buen programa de ejercicios o la práctica de Pilates son útiles para corregir posturas y obtener un equilibrio en el tono muscular.