¿Parece extraño la adicción al sufrimiento, no es cierto? ¿Has escuchado hablar de ello? ¿Existe esa adicción? Lamentablemente, sí. ¡Y es una epidemia!

Voy a explicarme. Nuestro cuerpo físico tiene una correlación con nuestras emociones y pensamientos. Es como el hardware al software de las computadoras. Procesa y expresa todo (por eso es tan rápido y simple hacer una terapia que involucre lo corporal además de las otras instancias). Entonces, a cada emoción y pensamiento les corresponden ciertos neuropéptidos. Desde el comienzo de nuestra vida, hemos llevado a cabo una determinada “preferencia” por algunos, debido a las condiciones imperantes durante nuestro nacimiento y posterior desarrollo. Padres poco contenedores o entornos traumáticos han disparado ciertas conductas reforzadas por la constante liberación de ciertos neutrotransmisores asociados al miedo, la inseguridad, el dolor, la ansiedad, el desaliento, etc.

De esta manera, hemos conformado nuestra vida, creyendo que así somos. ¿Por qué seguimos introduciéndonos en las mismas clases de relaciones, teniendo las mismas clases de discusiones, encontrando las mismas clases de jefes? Según el neurobiólogo Candace Pert, cuando los sitios del receptor son repetidamente bombardeados con péptidos, se ponen menos sensitivos y requieren que más péptidos sean estimulados. Los receptores realmente comienzan a desear ardientemente los neuropéptidos que son diseñados para recibir. En este sentido, nuestros cuerpos son muy adictos a los estados emocionales. Cuando nosotros hemos repetido experiencias que generan la misma respuesta emocional, nuestros cuerpos desarrollarán un apetito para estos tipos de experiencias.

Como los adictos, extraeremos experiencias hacia nosotros que nos dan eso que requerimos.

¿Cuál es la buena noticia? Podemos cambiar porque los nodos en una red de nervios son intrínsecamente flexibles y regenerativos, así que es posible hacerlo introduciendo otros “apetitos”. ¿Cuáles? Así como nos alimentamos de pensar (y luego, por supuesto, crear) ambientes y situaciones estresantes, sufridos, complicados, incluso catastróficos, tenemos que comenzar a imaginar actitudes, personas, circunstancias que nos gratifiquen y saquen lo mejor de nosotros.

¿Sirven los “pensamientos positivos”? Hasta ahí. Tener una enorme bola de mentalidad y emociones negativas y dolorosas y querer taparlas con un barniz de positividad no soluciona nada. Lo oculto siempre explotará en algún momento. Es necesario tener una conciencia continua de lo que nos sucede para darnos cuenta de adónde se encuentra lo que nos hace daño, comprenderlo, aceptarlo y liberarlo para fundar, en su lugar, otra actitud que nos genere plenitud y alegría.

Tristemente, como humanidad, hemos hecho un culto del sufrimiento y somos todos adictos a él. Hasta ahora, hemos necesitado caer al pozo más profundo o tener experiencias muy traumáticas para finalmente “despertar” a las múltiples posibilidades que tenemos como seres humanos divinos. Mientras tanto, seguimos cayendo una y otra vez en los caminos conocidos del ego, consolidados por nuestra química cerebral.

Te he dicho muchas veces que estamos en un tiempo asombroso, acelerado, compasivo, en el que cualquier intento de cambio verdadero (ayudado por simples herramientas concretas) es sostenido y asistido… si tienes constancia y confianza. Tanto mi práctica terapéutica como los recursos que encuentras en el sitio están destinadas a hacértelo sencillo y lo menos doloroso posible, porque para dolor ya tienes suficiente, ¿no crees?

Si es así, si piensas que ya estás harto de sufrir, ¡adelante! Usa el inmenso potencial que traes, sacude tu cuerpo, invita a otros neuropéptidos a la fiesta y comienza a disfrutar de este hermoso planeta y de todos los dones que te han sido dados. ¡Te acompaño!

El universo llama nuestra atención con ligeros codazos. Si los pasamos por alto, entonces utilizará un martillo.

El crecimiento es más doloroso cuando nos resistimos a crecer.

Todo aquello en lo que te concentras… crece. Así que, ¡piensa en lo que quieres!

Para que el mundo te trate bien, tú debes tratarte bien. ¿Cómo podrías sentirte dueño del mundo si tus zapatos tienen agujeros?

Laura Folleto