El tartamudeo es un trastorno del lenguaje que aparece generalmente en la infancia y permanece hasta la edad adulta.

La persona que tartamudea fue, en su juventud, del tipo a quien le daba mucho miedo pedir y sobre todo expresar sus deseos. Todavía teme a quien representa autoridad, sobre todo cuando necesita expresar lo que quiere.

Ha llegado el momento de darte cuenta de que tienes derecho a desear, aun cuando tu cabeza te diga que no es razonable o que debería asustarte que alguien crea que tus deseos no son legítimos. No tienes por qué justificar nada. Te puedes permitir desear lo que quieras, porque, de todos modos, vas a asumir las consecuencias de lo que elijas. Esa responsabilidad la tenemos todos y cada uno de nosotros.

Por otro lado, crees que los demás son autoritarios, pero hay una parte de ti que también es autoritaria y quiere expresarse. Cuando compruebes que esta parte no es mala y que incluso puede ayudarte a que te afirmes, te reconciliarás con aquellos a quienes consideras autoritarios.

El tartamudeo es la manifestación de un trastorno de elocución, una dificultad parcial o grave en el hablar, decir o expresarme claramente (esto va desde algunas palabras por casualidad hasta un trastorno regular).

Se vincula a la garganta, al centro de la comunicación y de la expresión de sí.

Puede que mi tartamudeo provenga de un bloqueo afectivo o sexual derivando de mi infancia.

Esto no necesariamente quiere decir que viví contactos pero pude registrar un miedo, conscientemente o no, con relación a mi sexualidad en relación con una persona o un acontecimiento.

Es una forma de inseguridad profunda procedente de la infancia vinculada con uno de los padres (padre o madre).

Es una especie de inhibición, una incapacidad a dominar adecuadamente mis pensamientos y mis emociones intensas y el intento fracasado de controlar la expresión de mi lenguaje que ya no es espontáneo (este tipo de desorden puede llegar temprano en la infancia cuando el niño estuvo ridiculizado en su derecho a llorar; “¡No llores!”) Transformo entonces esta emoción en tartamudeo.

Tengo miedo de ser “claro”, dudo, no consigo decir claramente lo que siento; inhibo y deformo mis palabras por miedo al rechazo o por ansiedad.

¿Si digo claramente lo que vivo, cómo se lo tomarán mis padres? ¿Soy bastante correcto para ellos? ¿Contesto a sus esperanzas? ¿Me permiten ser lo que soy? ¿Sobrepasan mis pensamientos mis palabras?

Hay muchas probabilidades de que uno o ambos padres míos sean muy autoritarios y dominantes.

Me siento juzgado, controlado, criticado e incluso ridiculizado suficientemente como para acabar creyendo que mis palabras no valen nada.

Siendo niño, puede que me hayan impedido expresarme. Entonces manifiesto todo tipo de desórdenes de comportamiento, yendo desde la timidez hasta el repliegue sobre mí.

El primer paso es aceptar abrirme al nivel del corazón a mis pensamientos, mis palabras, mis acciones y que respete la “velocidad de ser” que es la mía. Me respeto tal como soy, sin enjuiciamiento ni crítica.

Acepto expresar mis ideas, mis alegrías, mis penas y mis miedos. Entonces puedo empezar a hacerme confianza, a sentir mis emociones, mis sentimientos y a abrirme a la gente que amo.

Así, encuentro una calma interior que me permite expresarme con mucho más seguridad. Evitaré así las farfullas, el atrabancado de las palabras a causa de una mente demasiado activa, o el retener ciertas palabras cuya repercusión me asusta.